No es infrecuente que al comenzar un nuevo curso animemos a nuestros alumnos a comprometerse con la tarea que tienen por delante. Solemos pedirles que cambien aquello que no les funcionó en el curso pasado, sustituyéndolo por un nuevo modo de hacer que les resulte más eficiente: desde su participación en clase hasta el modo de organizar el tiempo de estudio; siempre con la finalidad de sacar el máximo provecho a un año que está por estrenar.
Del mismo modo, los profesores y maestros tenemos la oportunidad de evaluar nuestro quehacer con el fin de sacar el mayor fruto posible. Septiembre es un buen momento para hacerlo. Decía el sacerdote vallisoletano Jesús Sastre que los creyentes, para hacer un buen discernimiento, necesitamos contestarnos a la pregunta ¿Dónde puedo servir más y mejor? La respuesta que resulte nos mantendrá files a la tarea que se nos ha confiado.
La manera en que acompañamos a los alumnos, y sus familias, o el modo en el que nos relacionamos con nuestros compañeros, constituyen no sólo algunas de las tareas que realizamos sino la expresión de lo que somos. Saberse enviado, e incluso encomendado al trabajo educativo, nos sitúa en una posición de continuo reciclaje y de auténtica búsqueda de lo mejor que podemos ofrecer de nosotros mismos. El educador se convierte en maestro sólo cuando, al mismo tiempo, se experimenta como discípulo. Una actitud de humildad que lo perfecciona, lo hace mejor pedagogo, pero también mejor persona.
El Evangelio nos invita a ponernos en camino, una vez más. Es el momento de renovarse, de dar salida a los brotes nuevos que martillean nuestro corazón. El Señor Jesús nos acompaña en el camino para entregarnos a su mies, que siempre tendrá como prioridad a los alumnos y familias que más sufren, por el motivo que sea. Qué el Señor nos bendiga en este nuevo curso escolar y que sepamos responder a la vocación recibida.